Muerto el perro, no se acabó la rabia
Excalibur, el perro de Teresa, la enfermera afectada por el ébola.
Según el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos, en África no se han detectado casos de perros o gatos con síntomas de ébola. Aún así, Excalibur, la mascota de Teresa Romero fue sacrificada. En Estados Unidos, donde suelen ser más cautelosos, un caso similar se está gestionando de manera completamente distinta. Allí se ha aislado al perro de la enfermera Nina Pham en una base aérea naval para ser vigilado a distancia.
Pero los españoles somos distintos. Aquí preferimos cortar por lo sano. Los responsables de sanidad de la Comunidad de Madrid han usado la estrategia de "tierra quemada". Podían haberlo aislado o puesto en cuarentena hasta saber algo más. Pero no, prefirieron rescatar la sabiduría milenaria que contiene el refranero español: "muerto el perro, se acabó la rabia". El problema es que ni la biología ni los virus funcionan así. La rabia, de todos los tipos, sigue su camino.
Y es que a pesar de que el respeto hacia los animales está creciendo en nuestro país, aún quedan algunas reminiscencias y supersticiones que permanecen en el inconsciente colectivo. Esta es la historia del perro 'Moro'. En la localidad cordobesa de Fernán Núñez, un día llegó un hombre que murió al poco tiempo dejando solo a su perro deambulando por el pueblo. Los vecinos le llamaron 'Moro'. Lo misterioso es que, según la leyenda, Moro siempre asistía a los entierros y funerales del pueblo. Incluso algunos pensaban que anunciaba la muerte, presentándose en la puerta de los desafortunados que estaban a punto de fallecer. Esto trajo consecuencias negativas para el perro, que acabó sus días asesinado a patadas por un grupo de jóvenes psicópatas en 1983.
Entonces dejo volar mi imaginación y me pregunto: ¿qué harían los perros si estuvieran en nuestro lugar? Cómo sería el "juicio a los humanos", retomando la fábula que contó en su último libro el prestigioso antropólogo y divulgador José Antonio Jáuregui, quien durante los años 70 colaboró en RTVE con el mítico Félix Rodríguez de la Fuente.
Las reacciones de los perros ante la enfermedad, accidente o muerte de los humanos es asombrosa. Yo diría casi "mágica". Por ejemplo, en los casos de rescate de personas de entre los escombros se desmotivan cuando encuentran a un fallecido. ¡Lo que les gusta es encontrarnos vivos! Por eso, suele ocurrir que en mitad de la búsqueda uno de los entrenadores tiene que esconderse. De esta manera, el perro encuentra a una persona viva y puede proseguir la búsqueda motivado. Así lo cuentan los voluntarios y expertos españoles que llevaron a sus perros al 11-S o al terremoto de Haiti.
Son muchos los casos de perros que salvan de incendios a miembros de su familia u otros animales. En el año 2008, un perro australiano llamado Leo salvó de la hoguera a varias crías de gato que se habían quedado encerradas cuando se desató un incendio en la casa donde convivían. La familia propietaria de la vivienda pudo escapar de la vivienda, pero Leo se negó a abandonarla y permaneció hasta que los bomberos acudieron a rescatarlos. Momentos después, Leo tuvo que ser reanimado ya que había perdido la conciencia y dejado de respirar.
También en el norte de España, donde vivo gran parte del año, los pescadores solían llevar perros de agua en sus barcos. Su función era rescatar a los marineros en caso de una caída al agua en el Mar Cantábrico, una de las aguas más peligrosos de Europa. Las historias de salvamento en mar abierta de esta raza son infinitas.
Del mismo modo, los enfermos de varios tipos cuentan con la ayuda "medica" de nuestros mejores amigos. Muchos dueños enfermos de cáncer de piel, cuentan cómo antes de ser confirmados sus casos en análisis clínicos, sus mascotas lamían las partes de piel afectadas. En unos estudios, se demostró que los canes detectaban este tipo de cáncer sin entrenamiento en más de un 60% de los casos. Cuando se les adiestra, superan el 90% de aciertos, incluso en fases precoces que sólo un escáner podría detectar. Esta habilidad se puede explicar desde la ciencia, ya que las células muertas huelen y los perros están acostumbrados a lamerse y chupar las heridas de sus compañeros de manada. La saliva, además, posee propiedades desinfectantes que favorecen la cicatrización. También son excelentes en la anticipación de ataques epilépticos e hipoglucémicos, avisando de antes de que ocurran y tumbándose rápidamente para que su amigo o amiga sufra lo menos posible en caso de caída repentina al suelo.
Sin embargo, aún muchos pensarán que Excalibur no sufrió porque los animales no tienen conciencia ni sienten. En cuanto a reconocer la existencia propia, es decir, la conciencia, es cierto que otros animales no la poseen tan desarrollada como la nuestra, pero existen indicios de que sí la tienen a un nivel básico. En los cánidos se trataría de una conciencia de tipo olfativo y no visual, según descubrimientos del biólogo Marc Bekoff, ya que es el olor el sentido que ellos más usan para reconocerse los unos a los otros.
También hasta hace muy poco se negaba la existencia de emociones en animales. El problema es que gran parte de la psicología desarrollada durante el s. XX estuvo dominada por el conductismo, el cual consideraba a los animales como autómatas programados para gritar o gemir, pero en ningún caso sentían verdadero dolor.
Ahora sabemos que es completamente falso. Por ejemplo, el sistema límbico, área del cerebro donde se producen las emociones es común a todos los mamíferos. Además, en todos nosotros estas emociones están mediadas por los mismos neurotransmisores como la dopamina y la serotonina. Es decir, las estructuras cerebrales y las hormonas asociadas a las emociones, son comunes a todos los mamíferos, por lo que potencialmente todos pueden tener experiencias emocionales.
En conclusión, la necesidad de salvar a miembros de la manada, es fundamental para la supervivencia de los perros, lo que conduce a esta especie, con la que convivimos desde hace más de 20.000 años, a protagonizar los ejemplos de amistad más bellos de la naturaleza. Estos descendientes directos de los lobos poseen un instinto de cooperación extrema tan intensa que se ponen en peligro a sí mismos con tal de salvar a un compañero o compañera, ya sea humano o animal. No importa. De esa tendencia gregaria nos hemos aprovechado los humanos desde entonces. Por eso la mayoría de las sociedades los respeta y valora. Algo que en España, con casos como el de ahorcamiento de galgos o la poca sensibilidad en el caso de Excalibur parece romper con la coherencia de esta alianza milenaria entre dos especies. Al final, después de tantos sacrificios, una vez más les pagamos con distinta moneda.
FUENTE: http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/yomono/2014/10/18/muerto-el-perro-no-se-acabo-la-rabia.html
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