Quitarnos el miedo
Manifestación en Madrid en apoyo a los vecinos del Gamonal.
GONZALO ARROYO
Ningún banco tiene dinero para atender la petición simultánea de
todos sus acreedores, ningún ejército puede repeler a la suma de todos
los demás ejércitos puestos de acuerdo para atacar, ningún gobierno
tiene policías para contener la ira de todos los ciudadanos del país que
administra. El mundo no se va al carajo a cada momento y por todas y
cada una de sus costuras gracias a un frágil equilibrio entre el miedo y
la confianza. Entre aquello que la gente teme y aquello en lo que
confía, se establece un delicado sistema de contrapesos que sostiene la normalidad. Si falla, sucede la bancarrota, la guerra, la revolución.
Unos vecinos se echan a la calle en Burgos para paralizar un proyecto del ayuntamiento que no ha contado con sus necesidades ni sus anhelos, pero sí cuenta con el dinero de sus impuestos. El alcalde que tiene mayoría absoluta se enroca en sus posiciones y pide que le envíen antidisturbios. Los antidisturbios llegan, pero la bronca no va a menos sino a más. Las imágenes de las revueltas nocturnas de Gamonal, que es como se llama el barrio de los díscolos, empiezan a circular y empiezan a comentarse. Algunos comentaristas subrayan su posible valor simbólico, la señal de un descontento más profundo y general que encierra esa movilización por razones aparentemente nimias y particulares. Otros comentaristas, más escépticos o menos deseosos de dar pábulo a la insumisión popular, rechazan como ingenuas esas especulaciones. Alguno llega incluso a mostrarse cáustico y despectivo: qué idiotez, hablar de revolución a propósito de algo tan ruin y burgués como defender el sitio para el coche.
Es lo que suele ocurrir con los comentaristas: los hay para todos los gustos, y al fin y a la postre ni unos ni otros mueven molino, por más que alguno se crea investido con la portavocía de la voluntad popular o, en el lado opuesto, con la excelencia intelectual necesaria para ridiculizar y poner en su sitio los devaneos obtusos de la plebe. Al final, importa sólo lo que ocurre: los hechos. Y las voces que más dicen son las que acaso menos pretenden decir, pero se hallan más cerca de la jugada.
Y lo que ocurre es que con la reiteración y la proyección cada vez mayor de los disturbios alguien se pone nervioso en las regiones del organigrama del partido del alcalde que se encuentran por encima de él, y que primero lo llaman a capítulo para convencerle de que suspenda de momento la obra controvertida, cosa que el alcalde termina por hacer a regañadientes. Y que luego, cuando la presión popular y la oposición reclaman la paralización definitiva de la obra y la cancelación del proyecto, y el alcalde vuelve a echar mano de su mayoría absoluta para negarse, sus superiores, en vez de apoyarle, vuelven a doblarle el brazo. Y es que las manifestaciones que empezaron en el barrio de Burgos se extienden ya por todas las capitales del país.
No era la revolución de octubre, seguramente. Pero tampoco cabe ya decir (y es una lástima, en lo tocante a los comentaristas ingeniosos y sarcásticos) que lo de Gamonal no ha sido nada. En medio del estupor, alguien pregunta a una vecina del barrio, una comentarista de a pie, anónima y sin tribuna ni púlpito que la eleve sobre nadie. Y la vecina, en una sola frase, cartografía el abismo pavoroso que acaba de abrirse bajo los pies de alguno que creía pisar suelo firme: "Nos han quitado tanto, que han acabado por quitarnos el miedo". He ahí el quid del asunto.
Puede que esa vecina anónima, sin ninguna pretensión retórica o doctrinal, haya formulado un recio principio de filosofía política para estos convulsos albores del siglo XXI: a la ciudadanía puede quitársele cuanto convenga, según la coyuntura y los compromisos del gobernante, con el límite de no despojarla del miedo que sirve para contrarrestar el déficit de confianza.
FUENTE: http://www.elmundo.es/cultura/2014/01/19/52dae90c268e3ea35e8b4576.html
Unos vecinos se echan a la calle en Burgos para paralizar un proyecto del ayuntamiento que no ha contado con sus necesidades ni sus anhelos, pero sí cuenta con el dinero de sus impuestos. El alcalde que tiene mayoría absoluta se enroca en sus posiciones y pide que le envíen antidisturbios. Los antidisturbios llegan, pero la bronca no va a menos sino a más. Las imágenes de las revueltas nocturnas de Gamonal, que es como se llama el barrio de los díscolos, empiezan a circular y empiezan a comentarse. Algunos comentaristas subrayan su posible valor simbólico, la señal de un descontento más profundo y general que encierra esa movilización por razones aparentemente nimias y particulares. Otros comentaristas, más escépticos o menos deseosos de dar pábulo a la insumisión popular, rechazan como ingenuas esas especulaciones. Alguno llega incluso a mostrarse cáustico y despectivo: qué idiotez, hablar de revolución a propósito de algo tan ruin y burgués como defender el sitio para el coche.
Es lo que suele ocurrir con los comentaristas: los hay para todos los gustos, y al fin y a la postre ni unos ni otros mueven molino, por más que alguno se crea investido con la portavocía de la voluntad popular o, en el lado opuesto, con la excelencia intelectual necesaria para ridiculizar y poner en su sitio los devaneos obtusos de la plebe. Al final, importa sólo lo que ocurre: los hechos. Y las voces que más dicen son las que acaso menos pretenden decir, pero se hallan más cerca de la jugada.
Y lo que ocurre es que con la reiteración y la proyección cada vez mayor de los disturbios alguien se pone nervioso en las regiones del organigrama del partido del alcalde que se encuentran por encima de él, y que primero lo llaman a capítulo para convencerle de que suspenda de momento la obra controvertida, cosa que el alcalde termina por hacer a regañadientes. Y que luego, cuando la presión popular y la oposición reclaman la paralización definitiva de la obra y la cancelación del proyecto, y el alcalde vuelve a echar mano de su mayoría absoluta para negarse, sus superiores, en vez de apoyarle, vuelven a doblarle el brazo. Y es que las manifestaciones que empezaron en el barrio de Burgos se extienden ya por todas las capitales del país.
No era la revolución de octubre, seguramente. Pero tampoco cabe ya decir (y es una lástima, en lo tocante a los comentaristas ingeniosos y sarcásticos) que lo de Gamonal no ha sido nada. En medio del estupor, alguien pregunta a una vecina del barrio, una comentarista de a pie, anónima y sin tribuna ni púlpito que la eleve sobre nadie. Y la vecina, en una sola frase, cartografía el abismo pavoroso que acaba de abrirse bajo los pies de alguno que creía pisar suelo firme: "Nos han quitado tanto, que han acabado por quitarnos el miedo". He ahí el quid del asunto.
Puede que esa vecina anónima, sin ninguna pretensión retórica o doctrinal, haya formulado un recio principio de filosofía política para estos convulsos albores del siglo XXI: a la ciudadanía puede quitársele cuanto convenga, según la coyuntura y los compromisos del gobernante, con el límite de no despojarla del miedo que sirve para contrarrestar el déficit de confianza.
FUENTE: http://www.elmundo.es/cultura/2014/01/19/52dae90c268e3ea35e8b4576.html
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