OPINIÓN
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Personajes en limpio
La puerta es verde
Entrevista a Rajoy en 2010. | Alberto Cuellar
Desde que Mariano Rajoy se fue al Inem a hacerse aquella foto para El
Mundo diciendo que con él bajaría el paro, el número de parados no ha
dejado de crecer, incluso en el periódico. Ni poniendo delante a una
bruja se hubiera conseguido un efecto mayor. Si todas las fotos destiñen
con el paso del tiempo, ésta no. De hecho parece cada vez más viva, en
una especie de Dorian Gray del desempleo. Basta con que se fije uno muy
atentamente para ver cómo cada mil parados nuevos el presidente del
Gobierno se va girando un poquito más a su derecha; es previsible que al
llegar a los seis millones ya esté completamente de espaldas, y con
siete eche a andar hacia la cola.
El problema de esa portada no es el titular, pues Rajoy aspiraba a presidir el Gobierno y no podía prometer un rescate detrás de otro, sino el exceso de literatura. O sea la foto, que es un adjetivo prescindible. Se recargó la frase y se jodió; se tumbó la estructura del párrafo y quedó el sujeto, involuntariamente, al desnudo. Fue el primer error de muchos.
Hemingway escribía liso como los guijarros que se encontraba en los lechos de los ríos: frases cortas y sencillas, con las que a veces jugaba a las repeticiones que le había enseñado Gertrude Stein. Escribes una frase. Escribes otra frase. Le cambias una palabra a la misma frase. Hemingway no escribía: puntuaba. Stein era una loca del ritmo y es con la puntuación cuando un texto suena. Pla decía liar cigarrillos y fumarlos para encontrar el adjetivo: "El genio de todas las lenguas latinas consiste en poner un artículo, un sustantivo, un verbo y un predicado. La mejor frase que se ha hecho en nuestra lengua es 'la puerta es verde'. Punto".
Cuando uno tiene una historia que contar sólo tiene que escribir las palabras correctas, que suelen ser universales: "Fue al cajón de la cómoda, cogió una pistola y salió con ella a la calle". Si uno no tiene historia, opinión o ideas se llena todo de metáforas, lírica de pesadumbre y recursos pirotécnicos que pueden dejar un texto armonioso y hasta encantado, que no te dice nada pero te hace cosquillas en los pies, como un esclavo enano. Esto lo sé no por experiencia sino porque me pasa, que diría mi amigo Pechelingue, pero de momento aquí por el folio en blanco no pagan, aunque a veces deberían.
El Gobierno, por tanto, ha hecho con el lenguaje lo que le decía Neruda a su amada, que iba a hacer con ella lo que la primavera a los cerezos. Florearla. Pero es así desde un punto de vista burocrático, o sea con poesía del registro de la propiedad. La amnistía fiscal fue una "regularización de rentas y activos", la subida del Iva una "modificación de la estructura de la imposición sobre el trabajo y un aumento sobre la imposición al consumo", el rescate a la banca una "apertura de una línea de crédito", la subida del IRPF "un recargo temporal de solidaridad" y esta semana los datos del paro fueron saludados como "una moderación en el incremento del desempleo".
Esto se entendería si el Gobierno no tuviese nada que contar y despachase los Consejos de Ministro con cierto barroquismo para alegrar al personal, pero lo cierto es que nunca España tuvo tanta acción con la que constituir un formidable relato. Y sin embargo nos entregan este texto de poeta en crisis de cortisona: “Revolvió entre las gavetas del nacarado mueble tapizado en escarlata, entrelazó con sus dedos de miel un pistolete y salió con tiento a la acera, fresca como un borreguito deslanado”.
En España hay ahora mismo más ganas de saber cómo se le va a llamar al rescate que cuándo se pedirá, y esto es un fracaso de la escritura como la entendía Pla, porque de alguna manera lo que hace el Gobierno con su discurso es lo mismo que con su gestión, recreándose en la hojarasca del adjetivo superficial para enmascarar la acción, y poniendo las comas un verbo más tarde, de tal manera que el ciudadano llega a fin de mes sin aire.
Y como los ministros pasan más tiempo decidiendo cómo llamar a las cosas que aplicándolas, no es de extrañar que esta agonía antes del rescate se deba más a un brainstorming de modernistas con guayabera que a un cálculo económico. Lo raro ya es que los Presupuestos Generales del Estado no estén dedicados en la primera hoja “a la memoria de Aguedilla, la pobre loca de la calle del Sol que me mandaba moras y claveles”, que es como Juan Ramón dedicó su Platero.
El problema de esa portada no es el titular, pues Rajoy aspiraba a presidir el Gobierno y no podía prometer un rescate detrás de otro, sino el exceso de literatura. O sea la foto, que es un adjetivo prescindible. Se recargó la frase y se jodió; se tumbó la estructura del párrafo y quedó el sujeto, involuntariamente, al desnudo. Fue el primer error de muchos.
Hemingway escribía liso como los guijarros que se encontraba en los lechos de los ríos: frases cortas y sencillas, con las que a veces jugaba a las repeticiones que le había enseñado Gertrude Stein. Escribes una frase. Escribes otra frase. Le cambias una palabra a la misma frase. Hemingway no escribía: puntuaba. Stein era una loca del ritmo y es con la puntuación cuando un texto suena. Pla decía liar cigarrillos y fumarlos para encontrar el adjetivo: "El genio de todas las lenguas latinas consiste en poner un artículo, un sustantivo, un verbo y un predicado. La mejor frase que se ha hecho en nuestra lengua es 'la puerta es verde'. Punto".
Cuando uno tiene una historia que contar sólo tiene que escribir las palabras correctas, que suelen ser universales: "Fue al cajón de la cómoda, cogió una pistola y salió con ella a la calle". Si uno no tiene historia, opinión o ideas se llena todo de metáforas, lírica de pesadumbre y recursos pirotécnicos que pueden dejar un texto armonioso y hasta encantado, que no te dice nada pero te hace cosquillas en los pies, como un esclavo enano. Esto lo sé no por experiencia sino porque me pasa, que diría mi amigo Pechelingue, pero de momento aquí por el folio en blanco no pagan, aunque a veces deberían.
El Gobierno, por tanto, ha hecho con el lenguaje lo que le decía Neruda a su amada, que iba a hacer con ella lo que la primavera a los cerezos. Florearla. Pero es así desde un punto de vista burocrático, o sea con poesía del registro de la propiedad. La amnistía fiscal fue una "regularización de rentas y activos", la subida del Iva una "modificación de la estructura de la imposición sobre el trabajo y un aumento sobre la imposición al consumo", el rescate a la banca una "apertura de una línea de crédito", la subida del IRPF "un recargo temporal de solidaridad" y esta semana los datos del paro fueron saludados como "una moderación en el incremento del desempleo".
Esto se entendería si el Gobierno no tuviese nada que contar y despachase los Consejos de Ministro con cierto barroquismo para alegrar al personal, pero lo cierto es que nunca España tuvo tanta acción con la que constituir un formidable relato. Y sin embargo nos entregan este texto de poeta en crisis de cortisona: “Revolvió entre las gavetas del nacarado mueble tapizado en escarlata, entrelazó con sus dedos de miel un pistolete y salió con tiento a la acera, fresca como un borreguito deslanado”.
En España hay ahora mismo más ganas de saber cómo se le va a llamar al rescate que cuándo se pedirá, y esto es un fracaso de la escritura como la entendía Pla, porque de alguna manera lo que hace el Gobierno con su discurso es lo mismo que con su gestión, recreándose en la hojarasca del adjetivo superficial para enmascarar la acción, y poniendo las comas un verbo más tarde, de tal manera que el ciudadano llega a fin de mes sin aire.
Y como los ministros pasan más tiempo decidiendo cómo llamar a las cosas que aplicándolas, no es de extrañar que esta agonía antes del rescate se deba más a un brainstorming de modernistas con guayabera que a un cálculo económico. Lo raro ya es que los Presupuestos Generales del Estado no estén dedicados en la primera hoja “a la memoria de Aguedilla, la pobre loca de la calle del Sol que me mandaba moras y claveles”, que es como Juan Ramón dedicó su Platero.
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