Sociedad
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Ordenanza municipal contra la mendicidad
'Si no puedo pedir, ¿qué van a comer mis hijos?'
Cuando se subsiste a duras penas, estar al tanto de la actualidad no
entra en la lista de preocupaciones diarias. La aprobación en Valladolid
de la oficialmente denominada 'Ordenanza Municipal de Protección de
Convivencia Ciudadana', rebautizada por otros como "ordenanza antisocial",
pasó desapercibida para muchos de aquellos a quienes afecta de forma
directa. Personas que piden en la calle, acostumbradas a estar siempre
en los márgenes, no eran conscientes de ser por un día, y sin quererlo,
protagonistas de la noticia.
En la puerta de 'su' iglesia habitual, en cualquier esquina del centro o en un semáforo, su 'día siguiente' fue como otro cualquiera: de espera y paciencia para recolectar unas monedas que les garantizasen el plato del día y poder pagar el alquiler o una pensión.
"Y si no podemos pedir, ¿qué vamos a hacer?", se preguntaba más de uno al enterarse de que el Ayuntamiento se ha propuesto desterrar la mendicidad de las calles de la ciudad. "Me gustaría tener un trabajo, pero no lo tengo", lamentaba Lavinia, sentada a las puertas de una céntrica iglesia.
A partir de ahí, una misma reflexión recurrente: "¿Cómo voy a dar de comer a mis hijos?"; se lo preguntaba ella, de nacionalidad rumana, y un compatriota suyo en otra punta de la ciudad, Sandu, a la espera del rojo en un semáforo para recabar unas monedas de la voluntad de los conductores. En los dos casos, hay cinco hijos detrás y historias similares de subsistencia.
En la puerta de 'su' iglesia habitual, en cualquier esquina del centro o en un semáforo, su 'día siguiente' fue como otro cualquiera: de espera y paciencia para recolectar unas monedas que les garantizasen el plato del día y poder pagar el alquiler o una pensión.
"Y si no podemos pedir, ¿qué vamos a hacer?", se preguntaba más de uno al enterarse de que el Ayuntamiento se ha propuesto desterrar la mendicidad de las calles de la ciudad. "Me gustaría tener un trabajo, pero no lo tengo", lamentaba Lavinia, sentada a las puertas de una céntrica iglesia.
A partir de ahí, una misma reflexión recurrente: "¿Cómo voy a dar de comer a mis hijos?"; se lo preguntaba ella, de nacionalidad rumana, y un compatriota suyo en otra punta de la ciudad, Sandu, a la espera del rojo en un semáforo para recabar unas monedas de la voluntad de los conductores. En los dos casos, hay cinco hijos detrás y historias similares de subsistencia.
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