Llega la guadaña
Un matrimonio mayor, afectado por la rebaja de las pensiones.
Jesús se creía a salvo. Veía a la gente caer a su alrededor, víctima
de una suerte de bombardeo selectivo que se llevaba a miles por delante
pero en cambio lo respetaba a él y también a los suyos. No es que no
hubieran sufrido ni un rasguño: las cosas ya no estaban como para salir
del todo indemnes. Pero perder sólo un poquito, en tiempos en que tantos lo pierden todo, viene a ser una forma de enriquecerse.
Jesús lo veía cuando iba con sus hijos de vacaciones, o a comer a un
restaurante. La bajada del negocio había abaratado muchas cosas, en una
medida que compensaba de sobra la reducción de renta que habían
experimentado él y los suyos, debida sobre todo a los incrementos
impositivos. Que no dejaba de doler, pero dolía menos al comprobar que a
otros, además de subirles los impuestos, les bajaban el sueldo o les
limpiaban por la cara la paga extra.
Hasta hoy. Mientras lee el periódico, tratando de buscarle las vueltas a la oscura noticia, Jesús siente un escalofrío. Su propia seguridad la cifraba en su condición de pensionista, y en las reiteradas promesas de todos los partidos, incluido el que está en el gobierno, de que el mantenimiento del poder adquisitivo de las pensiones, garantizado por ley, era un dogma intocable. Tan intocable, acaba de comprobar, como aconsejara la inminencia del algún proceso electoral en el que cualquier acción en su contra pudiera costar unos votos. Ahora que no hay elecciones en el horizonte, el gobierno ha sacado la guadaña y de un limpio decretazo (lo que una ley dice, un decreto-ley lo borra) le ha metido el primer viaje. En lugar del aumento del IPC, su pensión, que es de las de más de 1.000 euros, va a verse incrementada sólo en un 1%. Alguno dirá que no es para quejarse tanto, cuando lo que a otros les toca es el recorte puro y duro. Pero Jesús no en vano peina canas. Sabe que en ciertas cosas de la vida, movimientos en apariencia poco trascendentes, desde el punto de vista cuantitativo, son cualitativamente cruciales. Lo que la medida significa es que las pensiones ya no son sagradas. Desvanecida su aura de intangibilidad, rota su membrana protectora, la tijera puede seguir actuando. Y actuará.
Para colmo, lo que les aguarda a sus hijos ya no es esa buena nómina segura de la que han venido disfrutando hasta aquí. Siempre se ha sentido orgulloso cuando le preguntaban y respondía que los dos estaban colocados en Iberia y notaba la envidia en la mirada del interlocutor. Una compañía de toda la vida, famosa por sus buenos sueldos, con los colores de la bandera nacional pintada en los aviones, un buque insignia insumergible, una fortaleza inexpugnable, y todas las metáforas por estilo que a uno se le pudieran ocurrir. Cuando se empezó a hablar de un ERE, hace unas semanas, Jesús se preocupó, pero confió en que la medida al final se redujera al mínimo posible y en que sus hijos se librarían. Estaban bien considerados, eran buenos profesionales, al final se impondría la cordura.
Acaba de leer una carta abierta en la que el presidente de la compañía, un tipo muy repeinado y sonriente, dice sin que se le mueva la gomina que la empresa pierde un millón de euros al día y que está en riesgo de desaparecer. Y Jesús todavía se halla bajo los efectos del shock que le ha causado la forma de expresarse del hombre que parece decidir sobre el puesto de trabajo de sus hijos, el hombre que se supone que ha de inspirar confianza a los inversores, clientes y trabajadores, y que casi acaba de darle la extremaunción a la entidad que preside.
Jesús piensa que esto le pilla demasiado mayor. Desearía poder entender qué está pasando, pero no lo entiende. Tan sólo siente que todo lo que él y los de su edad se dejaron la piel por levantar se ha vuelto, de pronto, como la casita de paja del cerdito del cuento. Y que el lobo tiene unos pulmones temibles.
FUENTE: http://www.blogger.com/blogger.g?blogID=1513713501221250978#editor/target=post;postID=5268333731983261176
Hasta hoy. Mientras lee el periódico, tratando de buscarle las vueltas a la oscura noticia, Jesús siente un escalofrío. Su propia seguridad la cifraba en su condición de pensionista, y en las reiteradas promesas de todos los partidos, incluido el que está en el gobierno, de que el mantenimiento del poder adquisitivo de las pensiones, garantizado por ley, era un dogma intocable. Tan intocable, acaba de comprobar, como aconsejara la inminencia del algún proceso electoral en el que cualquier acción en su contra pudiera costar unos votos. Ahora que no hay elecciones en el horizonte, el gobierno ha sacado la guadaña y de un limpio decretazo (lo que una ley dice, un decreto-ley lo borra) le ha metido el primer viaje. En lugar del aumento del IPC, su pensión, que es de las de más de 1.000 euros, va a verse incrementada sólo en un 1%. Alguno dirá que no es para quejarse tanto, cuando lo que a otros les toca es el recorte puro y duro. Pero Jesús no en vano peina canas. Sabe que en ciertas cosas de la vida, movimientos en apariencia poco trascendentes, desde el punto de vista cuantitativo, son cualitativamente cruciales. Lo que la medida significa es que las pensiones ya no son sagradas. Desvanecida su aura de intangibilidad, rota su membrana protectora, la tijera puede seguir actuando. Y actuará.
Para colmo, lo que les aguarda a sus hijos ya no es esa buena nómina segura de la que han venido disfrutando hasta aquí. Siempre se ha sentido orgulloso cuando le preguntaban y respondía que los dos estaban colocados en Iberia y notaba la envidia en la mirada del interlocutor. Una compañía de toda la vida, famosa por sus buenos sueldos, con los colores de la bandera nacional pintada en los aviones, un buque insignia insumergible, una fortaleza inexpugnable, y todas las metáforas por estilo que a uno se le pudieran ocurrir. Cuando se empezó a hablar de un ERE, hace unas semanas, Jesús se preocupó, pero confió en que la medida al final se redujera al mínimo posible y en que sus hijos se librarían. Estaban bien considerados, eran buenos profesionales, al final se impondría la cordura.
Acaba de leer una carta abierta en la que el presidente de la compañía, un tipo muy repeinado y sonriente, dice sin que se le mueva la gomina que la empresa pierde un millón de euros al día y que está en riesgo de desaparecer. Y Jesús todavía se halla bajo los efectos del shock que le ha causado la forma de expresarse del hombre que parece decidir sobre el puesto de trabajo de sus hijos, el hombre que se supone que ha de inspirar confianza a los inversores, clientes y trabajadores, y que casi acaba de darle la extremaunción a la entidad que preside.
Jesús piensa que esto le pilla demasiado mayor. Desearía poder entender qué está pasando, pero no lo entiende. Tan sólo siente que todo lo que él y los de su edad se dejaron la piel por levantar se ha vuelto, de pronto, como la casita de paja del cerdito del cuento. Y que el lobo tiene unos pulmones temibles.
FUENTE: http://www.blogger.com/blogger.g?blogID=1513713501221250978#editor/target=post;postID=5268333731983261176
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