ARAGÓN TAMBIÉN EXISTE (por Arturo Pérez Reverte)
A pesar de la manipulación histórica de tantos timadores y mangantes…
Que sí, hombre, que ya era hora, que en toda
esta lista de 'los más vendidos', en este concurso inaudito de
ignorancia, manipulación y mala fe a la hora de reinventar la Historia,
uno está hasta la línea de flotación de oír siempre a los mismos, como
si el resto hubiera oficiado de comparsas en la murga.
Y hete aquí
por fin que alguien reacciona como es debido, y dice venga ya, y decide
que ya es hora de poner en su sitio a unos cuantos timadores y
mangantes, de esos que les pagan pesebres a sus historiadores de
plantilla para que descosan y vuelvan a coser la historia a medida, y
luego la meten en los libros de texto y se montan unas películas que ya
las hubiera querido Samuel Bronston.
Eso mientras los que saben se
callan, porque son unos mierdecillas, unos 'vendidos', o por el qué
dirán, o porque les interesa. Y de ese modo terminamos viviendo en una
España virtual, que no la conoce ni la madre que la parió.
Así que
olé los huevos de Aragón, o de quien decidiera montar la exposición
Aragón, reino y corona. En toda esa mentecatez de la que hablaba antes
-ahora resulta que existió un imperio catalán que hasta hace cuatro días
pasó inexplicablemente inadvertido a los historiadores, o que los
irreductibles vascos nunca se mezclaron en las empresas militares ni
comerciales españolas- Aragón había estado mucho tiempo callado, pese a
tener muchas cosas que decir, o que matizar, desde aquel lejano siglo
onceno en que Ramiro I, contemporáneo del Cid, sentaba las bases de un
reino que abarcaría Aragón, Valencia, las Mallorcas, Barcelona, Sicilia,
Cerdeña, Nápoles, Atenas, Neopatria, el Rosellón y la Cerdaña, y
terminó formando la actual España en 1469, gracias al enlace entre su
rey Fernando II de Aragón e Isabel, reina de Castilla.
Ése es el
hecho cierto, y no lo cambian ni el mucho morro ni el reescribir la
Historia; incluido el manejo exclusivista y fraudulento de las famosas
barras que eran Senyal real no de un reino o territorio, sino de una
familia o casa reinante que, como matizó Pedro IV en el siglo XIV, tiene
Aragón como título y nombre principal. Casa reinante que absorbió a la
casa de Barcelona, extinguida en 1150 por mutua conveniencia y deseo del
titular de esta última, el conde Ramón Berenguer; que al casarse con
Petronila, hija de Ramiro el Monje, rey de Aragón, adquirió como propio
un linaje superior, pero renunciando al suyo, no titulándose más que
princeps junto a su esposa regina; de modo que el hijo de ambos, ya con
Barcelona incorporada a la corona, se tituló rey de Aragón, y nunca de
Cataluña.
Por suerte no todos los archivos han caído en manos de
quien yo me sé -tiemblo al pensar qué será de ellos-, y aún quedan
documentos donde comprobar lo evidente. Que por cierto, en cuanto a la
propiedad histórica de las famosas barras, no está de más recordar que
en 1285 la crónica de Bernard Deslot precisaba aquello de: «No pienso
que galera o bajel o barco alguno intente navegar por el mar sin
salvoconducto del rey de Aragón, sino que tampoco creo que pez alguno
pueda surcar las aguas marinas si no lleva en su cola un escudo con la
enseña del rey de Aragón.
Así que cómo me alegro, oigan, de que
aquel digno y viejo Aragón olvidado, marginado, asfixiado por la perra
política de este perro país, aún sea capaz de decir aquí estoy,
desmintiendo a tanto oportunista y a tanto manipulador y a tanto
mercachifle.
Recordando que existió una corona aragonesa que
constituyó el imperio más extenso del Occidente medieval, donde, bajo su
nombre y sus barras, Aragón, Cataluña y Valencia compartieron
aventuras, comercio, guerras e historia, enriquecieron sangres y lenguas
con el latín, el catalán y el castellano, cartografiaron el mundo,
construyeron naves, pasearon mercenarios almogávares y dominaron
territorios que luego aportaron a lo que ahora llamamos España, con la
manifestación de los fueros y libertades propios en aquella fórmula
tremenda, maravillosa y solemne: el si non, non heredado de los antiguos
godos, mediante el cual los nobles aragoneses -que somos tanto como
vos, y juntos más que vos-, acataban la autoridad del rey de tú a tú,
reconociéndolo sólo como el principal entre los iguales.
Por eso son
buenas estas iniciativas y estas exposiciones y estas cosas. Son muy
buenas, incluso higiénicas; y me sorprende que, coma antídoto contra la
manipulación y la desmemoria que están convirtiendo este lugar llamado
España en una piltrafa y en una casa de putas insolidaria y estulta, no
se les dediquen más esfuerzos, ocasiones y dinero. Por ejemplo, el que
se ha utilizado en la imprescindible urgencia de sustituir La Coruña por
A Coruña en los rótulos de las carreteras y auto-vías de toda España.
Incluida, supongo, la N-340 a la altura de Chiclana.
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